Los Órdenes de la Ayuda
- Admin
- 1 ago
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Cuando ayudamos a otro ser humano —desde una consulta terapéutica hasta un consejo entre amigos— muchas veces lo hacemos con la mejor intención, pero sin ver el entramado más profundo que está en juego. ¿Cómo acompañar u ofrecer una ayuda que realmente fortalezca al otro?
Bert Hellinger, creador del enfoque de las constelaciones familiares, observó que para que la ayuda sea eficaz y respetuosa, debe seguir ciertos principios. Los llamó “órdenes de la ayuda”. Este post explora cuáles son, qué implican y cómo pueden transformar nuestra forma de relacionarnos.
La ayuda como arte
Ayudar es una forma de arte. Y como todo arte, requiere de una habilidad que se puede aprender y perfeccionar con la práctica. También implica una profunda empatía hacia quien busca apoyo: una sensibilidad para captar tanto lo que le pertenece como lo que la trasciende, dentro de un marco más amplio.
Ayudar como parte de un intercambio
Los seres humanos necesitamos de la ayuda ajena para desarrollarnos en todos los aspectos. Pero también necesitamos poder brindar ayuda. Quien no se siente útil o no tiene a quién ayudar, corre el riesgo de aislarse o de quedar estancado. Por eso, la ayuda no sólo beneficia al otro, también nos enriquece a nosotras mismos.
En general, la ayuda se da dentro de un marco de reciprocidad, como suele suceder en las relaciones de pareja, y se rige por el principio de compensación: quien ha recibido algo valioso, siente el deseo de devolver en gratitud o en actos, equilibrando así el intercambio.
Sin embargo, en ciertos vínculos —como el que tenemos con nuestros padres— esa compensación directa no es posible. Lo que ellos nos dieron es tan grande que no puede devolverse de forma equivalente. En estos casos, lo que queda es honrar el regalo recibido con gratitud sincera. Y esa gratitud puede transformarse en acción si transmitimos lo que recibimos a otras personas. Así, logramos restablecer el equilibrio dando, y al hacerlo, también liberamos algo en nosotros.
El dar y el recibir, entonces, operan en dos planos distintos. Entre personas en igualdad de condiciones, el intercambio busca mantenerse en equilibrio. Pero en relaciones donde hay una diferencia —como entre padres e hijos, o entre alguien con más recursos y alguien en necesidad— el intercambio es naturalmente desigual. Allí, el dar y el recibir se parecen a un río: lo que se recibe se transporta y se entrega más allá. Esta clase de ayuda no se detiene en el momento presente; su efecto se prolonga en el tiempo. Lo ofrecido crece, se transforma, y envuelve también al que ayuda, integrándolo en algo mayor, más rico y duradero.
Ahora bien, esta forma de ayudar únicamente es posible si primero hemos sido capaces de recibir nosotras mismos. Solo desde ese lugar nace la fuerza y el deseo genuino de ayudar a otros, especialmente cuando esa entrega implica esfuerzo. A su vez, requiere que quienes reciben nuestra ayuda realmente necesiten y quieran lo que podemos y estamos dispuestas a ofrecer. De lo contrario, la ayuda pierde su sentido: en vez de generar conexión, crea distancia.
Los Cinco Órdenes de la Ayuda
Para comprender profundamente este tema, Bert Hellinger describe cinco órdenes de la ayuda. Abajo vamos a describir cada uno, teniendo en cuenta que la numeración no refiere a una jerarquía, cada orden es igual de importante que los demás, y en general cuando analizamos una situación, más de uno de ellos se pone en juego.
1° orden de la ayuda
Uno da solamente lo que tiene y solo espera o toma lo que necesita. El primer desorden de la ayuda comienza allí donde uno quiere dar lo que no tiene y el otro quiere tomar lo que no necesita; o cuando uno espera y exige del otro aquello que éste no puede dar, pues no lo tiene. También hay desorden cuando alguien quiere dar algo que no debe dar, pues con ese dar le quitaría al otro algo, que sólo él debe o puede llevar, que sólo él puede o debe hacer. El dar y el tomar tiene sus límites. El arte de ayudar consiste en percibir esos límites y someterse a ellos.
Esta forma de ayuda es humilde, renuncia a la exigencia. Asimismo, tenemos que saber que esta humildad y esta renuncia contradicen las formas tradicionales de ayuda. Aquel que ayuda de esta manera puede exponerse a reproches y fuertes ataques.
2° orden de la ayuda
Uno se somete a las circunstancias.
La ayuda está al servicio de la supervivencia, del desarrollo y el crecimiento. Pero éstas dependen de circunstancias especiales, externas e internas. Muchas circunstancias externas están predeterminadas y no son cambiables, por ej.: una enfermedad hereditaria o consecuencias de acontecimientos y de culpa. Si la ayuda no toma en cuenta estas circunstancias externas o las niega, la ayuda está condenada al fracaso. Sucede lo mismo con los acontecimientos de orden interno, por ej.: la implicancia en el destino de otros en una familia y el amor ciego.
Para muchos “ayudadores“ parece difícil soportar el destino del otro y lo quieren cambiar. Pero no porque el otro lo necesita o lo quiere, sino porque ellos mismos lo aguantan con dificultad. Cuando el otro permite la ayuda, no es porque lo necesita, sino porque le quiere ayudar al “ayudador“. Entonces éste ayudar se convierte en tomar y el recibir ayuda, en dar.
El segundo orden de la ayuda sería que se someta a las circunstancias y sólo interfiera apoyando, mientras éstas lo permiten. Esta ayuda es cuidadosa y tiene fuerza.
El desorden sería cuando la ayuda niega u oculta las circunstancias, en lugar de encararlas junto con quien está solicitando la ayuda. Querer ayudar en contra de las circunstancias y debilita a ambas partes, al que ayuda y al que necesita la ayuda.
3° orden de la ayuda
Uno es un adulto, ayudando a otro adulto.
Muchas personas que ayudan, piensan que deben ayudar como padres a sus hijos pequeños. También aquellos que solicitan ayuda, esperan recibir la ayuda como de padres a sus hijos y así recibir, posteriormente de sus terapeutas, lo que aún esperan y exigen de sus padres.
Pero ¿Qué sucede cuando los “ayudadores“ responden a estos deseos? Ellos comienzan una larga relación con sus clientes y se encontrarán en la misma situación que los padres; paso a paso le tendrán que poner límites al cliente. Muchos “ayudadores“ quedan atrapados en la transferencia y contra transferencia del hijo a los padres y de esta manera obstaculizan la despedida de los padres, como así también la de ellos mismos.
El tercer orden de la ayuda sería entonces que un “ayudador“ se enfrente a una persona adulta, que busca ayuda de manera adulta y rechace ubicarse en la posición de sus padres.
El desorden aquí sería, permitirle a un adulto pedir ayuda como un niño, tratarlo como un niño y decidir algo, por lo que él mismo debe tomar la responsabilidad y encarar las consecuencias.
4° orden de la ayuda
Ver la consulta como parte de un sistema.
No establecer una relación personal con el consultante. El “ayudador“ debe ver a la persona que pide ayuda como parte de un sistema. Solamente de esta manera puede ver lo que necesita y a quién en la familia le debe algo. Así también puede percibir quién en la familia necesita su respeto y su ayuda, y a quién tiene que dirigirse el cliente, para reconocer y dar los pasos decisivos.
Es decir que la empatía del “ayudador“ no tiene que ser personal, sino tiene que ser sistémica.
5° orden de la ayuda
Amar/asentir a cada persona/situación tal y como es, respetando las diferencias.
Las constelaciones familiares unen lo que antes estaba en oposición. En este sentido están al servicio de la reconciliación, especialmente de la reconciliación con los padres.
Solo puede estar al servicio de la reconciliación, quien puede dar en su propia alma un lugar a aquello, que es conflictivo para el cliente o de lo que se queja y lamenta. De esta manera el terapeuta se anticipa, a lo que el cliente aún tiene que realizar.
El quinto orden de la ayuda sería entonces el amor hacia cada persona, tal cual es, aún cuando sea muy distinta. De esta manera le abro mi corazón y le doy un lugar. Lo que se reconcilia dentro de mi corazón, también puede reconciliarse en el sistema del cliente.
El desorden sería la indiferencia y el juicio sobre otros. El que verdaderamente ayuda, no juzga.
La percepción
A fin de poder actuar de acuerdo con los órdenes de la ayuda, se necesita una percepción especial. Es importante no querer aplicarlos de manera metódica y exacta. El que trata de hacer esto, piensa, en lugar de percibir.
Con la percepción me dirijo hacia una persona, sin querer algo en especial. Esta percepción nace cuando estamos centrados, sin reflexiones, sin intenciones.
La ayuda que nace de la percepción, por lo general es corta. Es concreta, muestra el próximo paso, se retira rápidamente y permite al otro sentirse libre.
Es una ayuda como al pasar. Uno se encuentra, se da una indicación y cada uno sigue su camino. Se reconoce, cuándo la ayuda está indicada y cuándo la ayuda daña, cuándo quita fuerzas en lugar de dar apoyo y cuándo la ayuda está al servicio de aliviar la propia necesidad en lugar de la necesidad del otro. La ayuda es humilde.
Conclusión
Ayudar verdaderamente no es intervenir, imponer ni resolver por el otro. Es más bien un acto de presencia consciente, de respeto profundo por el camino ajeno. Los órdenes de la ayuda que nos propone Bert Hellinger no son fórmulas, sino principios que nos invitan a mirar desde otro lugar: uno en el que acompañar no es controlar, dar no es invadir, y amar no es juzgar.
Cuando ayudamos desde este lugar, con humildad y percepción afinada, la ayuda deja de ser una carga o una obligación. Se vuelve un gesto sutil, transformador, que honra los ritmos del alma y reconoce que, en última instancia, cada persona está en su propio viaje de crecimiento. Ayudar entonces es también soltar, confiar, y saber retirarse a tiempo.
Porque el verdadero arte de ayudar no fortalece al que ayuda ni debilita al que recibe: abre caminos de libertad para ambos.
Resumen del libro “Los Órdenes de la Ayuda”, de Bert Hellinger.
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